El 12 de mayo de 1882 nace Francisco, hijo de Marcos Figueroa, hondureño, y de Virginia Pinillos, guatemalteca. Con el correr de los años Francisco siempre escogió ser Pinillos Figueroa. No se llevaba mal con su padre, pero él así lo quiso y se le conoce de esta manera. Nació cuando la United Fruit Company comenzaba a poner sus ojos en las selvas de Guatemala. Era un joven revolucionario cuando Manuel Estrada Cabrera comenzaba su tiranía. Así que el joven poeta parte adonde está su padre en Honduras y allí estudia la secundaria, y luego se recibe de licenciado en Ciencias Químicas y Farmacia en la Universidad Nacional de San Salvador en El Salvador.
Juan Elías Flefil, un compañero suyo a quien conoció en San Salvador, cuenta que en una oportunidad, cuando se celebraba el fin de año de 1910 y sabiendo su afición a las letras, le pidieron que escribiera algo para recitarlo en el momento del cambio de año. Francisco se apartó a una mesa de esquina del gran salón y allí compuso inspirado en los hermanos Hurtado y su marimba, quienes en ese momento tocaban un vals de moda. Fue así como compuso La marimba, uno de los poemas más representativos del modernismo centroamericano y al mismo tiempo una composición hacia todo lo que en ese momento se estaba viviendo en su país natal, Guatemala.
En otras latitudes apenas comienzan a despuntar con las nuevas maneras de escribir. La revista Poetry de Chicago data de 1912, mientras que en nuestros suelos Rubén Darío, e incluso previamente José Martí, ya estaban escribiendo lo que se conoció como Modernismo. Hay grandes diferencias entre los dos Modernismos, pero lo interesante es una inmensa confianza y admiración por las formas de los clásicos griegos y toda una imaginería exótica y de mayor libertad en las composiciones. En Latinoamérica no se abanona la rima, pero sí se exageran los metros, y los temas comienzan a ser representativos de la época. La Oda a Teodoro Roosevelt de Rubén Darío dará la pauta que se siente en este poema de La marimba. Leamos el poema.
Francisco Pinillos Figueroa solo tuvo un reconocimiento a su talento en sus 68 años de vida. Fue en La Ceiba, Honduras, en donde se le otorgó una velada en su honor y se le hizo vestir la corona de laureles, reservada a los grandes vates. Corría 1943. Siempre tuvo problemas económicos, quizá debido a su numerosa prole. Tuvo siete hijas y dos varones, nueve en total, con su esposa, la señora Guillermina Barahona, pero supo solventarlos trabajando por toda Centro América hasta que, según su hijo Marco Francisco Figueroa, en 1949 Juan José Arévalo, que por esos años era el presidente de Guatemala y conocía su talento, lo mandó a traer de Panamá a su patria.
De su vida particular se conoce muy poco. Algo dice el libro que fue publicado en Tegucigalpa en 1968, una compilación de algunas de sus poesías. El librito tiene 92 páginas escritas. Estas son de corte modernista, preciosista y muchos dedicados a los lugares donde vivió. Está presente Francia, los aromas de la nostalgia, la tristeza, la belleza femenina y las composiciones que hicieron famoso ese movimiento poético, versos de grandes metros, combinados a veces con otros densos y rígidos.
Aquí en Guatemala es casi desconocido. Sin embargo el poema La marimba sí se conoce. Argentina Díaz Lozano escribió en El Imparcial sobre este poeta. También aparece nombrado en 1996 por Andrés Alvarado Lozano en La Prensa de Honduras, y más tarde, en 1999, Julio Caballeros Galindo lo recuerda por su famoso poema en su columna Del Lector en elPeriódico de Guatemala.
De esa columna me atrevo a citar una parte que me parece importante. Jugando con el lector intenta clasificar al poema y dice: “Su clasificación dentro de la escala poética resulta imposible. En principio muestra una dulzura ‘cual si fuera una gota que cayera desde el mármol de una fuente’… Su poesía se ha dicho que es “vigorosa, elemental a veces, pero siempre desnuda en su entrega total”. Su lenguaje es directo por lo que no puede decir que se encubre de hipocresías y prueba de ello es la franqueza de expresión de que hace gala. Por ello no le viene bien el calificativo de trágico que ya le adjudicó alguien, pues en el poema (se refiere al poema La marimba) se presenta una realidad, que aunque disminuida, aún hoy existe entre nosotros”. Luego recuerda la situación de los indígenas en 1910 y nos hace recordar el enorme sufrimiento en que sobrevivían. Luego, ya casi para terminar, analiza el poema desde otra visión, tratando de ver sus influjos, y escribe: “Se puede percibir una filosofía de amor, de recuerdos, de frustración, pero sobre todo de esperanza, en el fondo de cada verso. Nada hay de extraño en ello. Nota la presencia literaria de Juan de Dios Peza, de las Doloras de Campoamor, de las bellezas trágicas de Bécquer y la contaminación melancólica de Heine y Goethe. Lo mismo influenciaron estas corrientes a Darío, en Los Motivos del Lobo y su reclamo a Roosevelt y a Pepe Montúfar en Yo pienso en ti. Solo los poetas pueden explicarse las razones de sus versos, si es que los versos tienen razones”.
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